miércoles, 16 de octubre de 2013

Permacultura: Otra forma de vida

Por: Elemileth Aguirre Escudero
"La permacultura es un sistema de diseño para la creación de medioambientes humanos sostenibles. La palabra es sí misma es una contracción no sólo de agricultura permanente sino también de cultura permanente, pues las culturas no pueden sobrevivir por mucho tiempo sin una base agricultural sostenible y una ética del uso de la tierra.” Esto es lo que nos dice el principal promotor de la permacultura en el mundo, Bill Mollison. Pero ¿cuántos de nosotros conocemos qué es la permacultura? ¿Será algún tipo de vida que es ajeno a lo que llamamos “civilización”? ¿Es la permacultura una herramienta para tener un mejor estilo de vida? Estas y muchas otras preguntas rondaban mi cabeza cuando decidí conocer sobre un tema que, aunque ha existido hace mucho tiempo, son pocas personas las que tienen conocimiento sobre él o saben de su existencia. Ya, hace un tiempo, había recibido invitaciones para hacer parte de actividades del Centro Permacultural Guan, y por fortuna conocía a María, una vieja amiga, bióloga,  que tiene un estilo de vida que a muchos nos parece muy particular, pero que en sí es una forma de ver la vida llena de amor y desde la naturaleza.
Almacenamiento de semillas orgánicas.
 María me habló de la permacultura, del cultivo y la vida sostenible, del respeto por la naturaleza, la vida y la madre tierra, de la responsabilidad que tenemos como humanos de ser conscientes de nuestro papel en el mundo y nuestro compromiso con el cuidado del planeta. Quizá muchos veremos estas ideas como algo muy romántico, algunos dirán que eso no puede pasar por la mente del hombre, un ser que, como vemos en diarios, televisión y en nuestra vida cotidiana, a raíz de sus intereses económicos y políticos ha sido el mayor contribuyente en el decaimiento del planeta; pero, como diría el Nobel Albert Schweitzer, "Hasta que no extendamos nuestro círculo de compasión a todos los seres vivos, la humanidad no hallará la paz.". Es así como me aventuré a conocer qué es la permacultura y qué es Guan.

El Centro Permacultural Guan queda en Ruitoque bajo, en el kilometro 2 vía a Acapulco, Santander. 
Parte de la huerta
Al llegar allí me encontré con Laura Díaz, una trabajadora Social que decidió hacer de la permacultura su proyecto de vida. Junto a un grupo de 5 amigos Laura decidió crear el Centro donde viviría con su pequeña hija, su pareja y donde tendrían los brazos abiertos a todo aquel que deseara hacer parte de un estilo de vida natural y con respeto por la naturaleza. Nos recibió con un gran abrazo, agradeciendo nuestro interés por este gran proyecto. Empezamos teniendo una charla sobre el sentido de este proyecto: “La permacultura, más que el modo alternativo de cultivo, es una forma de vida donde nos rodeamos de la naturaleza sin quitarle el espacio que le corresponde y donde tomamos del ecosistema lo que necesitamos sin agraviarlo, es por eso que nuestra casa es tan pequeña. Hay muchas personas en el campo que tienen casas grandes y le quitan espacio a la naturaleza, cuando la casa solo debe ser un lugar para resguardarse del frío, de la lluvia, del sol. No es necesario una casa grande si podemos vivir al aire libre, disfrutar del ambiente, y dormir en un lugar pequeño y cómodo”.

Le pedí a Laura que diéramos un paseo por el Centro. Quizá muchos, al igual que yo, nos imaginamos una casa con un gran invernadero, miles de cultivos y tecnologías que ayuden a mejorar el crecimiento de los árboles, pero lo que vimos fue todo lo contrario. El Centro Permacultural no es más que una pequeña casa hecha con madera que ha sido reutilizada, con bareque y con bambú. Dentro de la casa encontramos las cosas mínimas para vivir: dos camas, baúles con ropa, cajas de madera donde se guardan los alimentos, libros. En la parte de atrás de la casa encontramos la cocina, hay algunos platos y vasos de barro, otros en porcelana, tazas de totumo y demás elementos que son tomados de la naturaleza sin causar daño. Encontramos una estufa pequeña, de dos fogones, que funciona a gas, un horno hecho en barro y una cocina, también hecha en barro que funcionan con leña.
Cultivo de tomates orgánicos. 
“La idea es establecer un vinculo mayor con la naturaleza”. – comentaba Laura -. “Aunque se cree que inició con Bill Mollison, existió un biólogo y filósofo japonés que yo considero es el verdadero padre de la permacultura, se llama Masanobu Fukuoka, como la canción de Juan Luis Guerra”. Al hablar de estos personajes Laura sonreía, mientras íbamos caminando por los cultivos de tomate y ahuyama orgánicos que tienen a la entrada de la parcela. “Masanobu era un científico y después de muchos años estudiando desde la ciencia la naturaleza se dio cuenta que la madre tierra es perfecta, las plantas tienen sistemas bajo la tierra que les permiten comunicarse y ayudarse entre sí, se transmiten agua, minerales y todo lo que necesitan para subsistir. El hombre no debe interferir en los procesos naturales, solo ayudarlos en caso de que los necesiten.” Al seguir caminando Laura nos mostraba el cultivo de semillas que tenían. Nos comentaba que las semillas las adquirieron inicialmente de amigos que han venido de otros países y se las regalaron, además de actividades en las que han participado con poblaciones campesinas donde comparten sus conocimientos y ellos les regalan frutos de sus tierras de los que aprovechan para sembrar.
Luego nos dirigimos a un sector donde encontramos un lago artificial, Laura nos aclara: “El ecosistema mismo se encarga de nutrirse, por ello lo único que nosotros hacemos es brindar a la naturaleza los elementos que en este lugar le hagan falta para complementarse, por ejemplo, estamos creando una lago artificial porque donde estamos ubicados no hay una fuente directa de agua, queremos que llegues sapos, libélulas, y demás insectos que las platas necesitan para no llenarse de plagas. Además el lago sirve para el agua de los patos y los insectos también transportan bacterias que fortalecen los cultivos”.
Laguna artificial. Creada para enriquecer el ecosistema.

Es sorprendente cómo todo en la naturaleza cumple un papel esencial para el sostenimiento del ecosistema, las platas, los insectos, los animales, todo. Sorprendentemente hasta los hombres tenemos elementos en nuestro cuerpo que aportan a la naturaleza. ¿Sabían uds que las heces humanas sirven de fertilizante para las plantas? Pues así es. Laura nos explica que es posible realizar un compost con heces humanas, las cuales deben ser almacenadas bajo tierra por aproximadamente 8 meses para que sean eliminados ciertos elementos tóxicos, después de ello podrán ser usadas como abono para las plantas sin ningún tipo de riesgo biológico. Además de ello los residuos de las frutas, las verduras, los tubérculos y demás alimentos orgánicos que consumimos, también son almacenados en un compost donde luego de un proceso de descomposición de pocos meses pueden  ser usados como abano natural.

Finalmente fuimos con unos visitantes de Guan, Laura y la pequeña Sue (hija de Laura) a hacer un recorrido por un campo abierto tras la casa. Eran cerca de las 5:00pm y podíamos ver de un lado la luna saliendo y de otro el sol escondiéndose, como dos niños que juegan a no encontrarse. Disfrutamos de una aromática hecha con hierbas orgánicas cultivadas en la huerta mientras sentíamos la brida ondeando nuestro cabello y contemplando de lejos el paraíso natural que el hombre ha invadido con una idea tergiversada de bienestar.
Composta. Para crear abono y fertilizantes naturales

Como despedida nada mejor que un fuerte abrazo con los mayores deseos de volver. Laura quedó comprometida en hacerme partícipe de las actividades del centro y yo quedé con ganas de aprender más sobre una posibilidad de vida por la naturaleza y para la naturaleza, porque existen los medios para vivir en armonía sin hacer daño, solo necesitamos un poco de corazón y deseos de servir.

Solo me queda por decir gracias a Laura por esta experiencia e invitar a los lectores a que contemplen una alternativa de vida más saludable y justa con el planeta, porque esto es solo un abre-bocas de la inmensidad de posibilidades que nos brinda la Permacultura. 

Vista del Centro Permacultural Guan a la ciudad.

Paisaje


Por: Elemileth Aguirre Escudero

Acento

Simplicidad

Agudeza

Profundidad

Regularidad

Neutralidad

Variación

Espontaneidad

Simetría

Irregularidad

Yuxtaposición

Secuencialidad

Singularidad

Unidad

Pasividad

Fragmentación

Economía

Coherencia

Episodicidad

Actividad

Asimetría

Transparencia

Continuidad

Sutileza

Opacidad

Movimiento

Inestabilidad

lunes, 14 de octubre de 2013

Los príncipes azules sí existen

Por: Elemileth Aguirre Escudero
Todos conocemos las clásicas historias de amor entre la dama y el vagabundo, la pobre señorita que conoce a su príncipe y gracias a una zapatilla logra conseguir su amor, la princesa que transforma en príncipe a un sapo encantado; todas aquellas historias de amor que nos hablan de príncipes y princesas, que al final del cuento viven felices para siempre y que vencen a la bruja malvada, a los ogros y a cualquier obstáculo que pretenda impedir su grandiosa historia de amor, pero ¿Son posibles realmente estas historias de amor? ¿Existen los príncipes a caballo que salvan a princesas y luchan con espadas para liberarlas de los malvados? En un mundo como el que vivimos actualmente dudo mucho que podamos responder que sí, pero al escuchar las historias de los abuelos nos sorprenderíamos de lo asombrosas que pueden llegar a ser sus aventuras de juventud y lo que en sus tiempo fueron sus fantásticas historias de amor, las cuales no distan mucho de ser “un cuento de hadas”.

Rosalía es una anciana de cerca de 83 años, morena, de cabellos blancos como la nieve y de mirada profunda, que recuerda la historia de su vida como un manuscrito escrito como plumas de acero, teniendo presente cada detalle que la enriqueció, que llenó de vida y color cada instante compartido con su familia, sus amigos, y, cómo olvidarlo, con aquellos amores inesperados y desventurados que marcaron su existencia y le enseñaron que cada persona que llega a nuestra vida es para alimentarla, para darle un nuevo sabor, para dejarle algo más que amar y para aprender a fortalecer su corazón. Sentada en el patio de una tradicional casa en un barrio popular de la antigua Cartagena, con la brisa bordeando su rostro lleno de arrugas que nos relatan los años de historias vividas con el sol resplandeciendo el cual resalta el brillo de sus ojos, y bajo la sombra de un árbol de níspero, fruta que, nos confiesa, es su mayor deleite desde que es una niña.

Esta hermosa viejita, llena de canas y con una encantadora sonrisa que nos deja ver un profundo abismo sin dientes no cuenta su hermosa historia de amor, “los príncipes sí existen – nos dice – pero no son como nos cuentan en los cuentos. Yo tuve varios príncipes en mi vida y son muy bellos”. Rosalía nos cuenta, mientras mirando a lo lejos hace un esfuerzo por acordarse del nombre, que en su adolescencia tuvo su primer novio a los 13 años a escondidas de su padre. Era un joven 6 años mayor que ella y pertenecía a una familia que tiempo antes había tenido enfrentamientos con la familia del Don José, su padre, y que por ello le era imposible aceptar algún tipo de relación con el muchacho – por eso de que las riñas entre familia son heredadas – y que mucho menos aceptaría siendo él un adulto mientras ella era tan solo una niña. Pero a pesar de las adversidades ellos mantenían esa linda relación que, como nis dice ella: “Éramos unos novios como los de esa época, solo nos agarrábamos la mano, y cuando nos veíamos era para contarnos lo que habíamos hecho en el día y hablar de cuando nos casáramos, aunque sabíamos que nuestros papás no nos dejarían. No éramos como esos muchachitos de ahora que no respetan y que ya quieren que las novias sean sus mujeres sin haberlas pedido en la casa. Nosotros nos queríamos, aunque él sabía que yo era una niña, pero me quería y me respetaba. Me llevaba chocolates y dulces y a veces iba al colegio y me esperaba afuera para acompañarme hasta la esquina antes de mi casa, porque mi papá no lo podía ver”.

Es curioso ver cómo Doña Rosalía, aunque no recuerda detalles tan superfluos como el nombre de su amado, sí recuerda cada detalle que hacía de esa relación algo importante. Me brindó un cafecito y me invitó a sentarnos en la terraza porque “ya estaba entrando mucho el sol al patio”, allí me contó cómo llegó a vivir el hecho más insólito que según ella le hace recordar a su primer príncipe.
“Mi papá se enteró que éramos novios cuando yo ya iba a cumplir los 15 años, y se puso muy bravo con mi mamá porque ella me alcahueteaba los encuentros con él – nos cuenta Doña Rosalía, mientras se ríe – claro que ella siempre estaba pendiente que no hiciera nada malo, aunque nunca lo pensamos, en esa época no pensábamos en esas cosas cuando apenas teníamos esa edad.” Ella nos relata que en muchas ocasiones su papá la encontraba leyendo cartas que le escribía su novio y la castigaba, no la dejaba salir o no le daba para la merienda, pero su hermana siempre la ayudaba para que pudiera comunicarse con él: “mi hermana era más grande y a ella  sí la dejaban salir y tener novios, pero ella era muy mala y solo hacía que muchos muchachos le dieran regalos y nunca los aceptaba como novios. Ella me ayudaba para que yo pudiera tener las cartas sin que mi papás me las quitara y me castigara más.”

Ya con la curiosidad que me inspiró el saber cuál era ese hecho trascendental, y con la confianza que ya Doña Rosalía me había brindado, me atreví a insistir hasta lograr que me contara la gran historia. Ella con una gran carcajada, con sus arrugas más marcadas y con un brillo en ojos accedió.

“Pues mijo – prosiguió – lo que pasa es que cuando yo cumplí los 15 años mi papá me hizo una fiesta muy bonita en un Club acá en Cartagena, que se llamaba San Fernando Country Club, que en ese tiempo era una de los más pupis y elegantes y todos querían una fiesta allá. Bueno, resulta que mi papá no había invitado a mi novio, porque él no lo quería y no quería que estuviera ahí, ni que fuera mi novio, pero mi novio se emborrachó y llegó a la fiesta montado en un caballo gritando que él era mi novio y que no le importaba que mi papá no lo quisiera”. Además de mi cara de sorpresa, no pude contener mi risa. Es increíble que estas cosas, como sacadas de un cuento de hadas, en realidad sucedan en la vida real – pensé. Doña Rosalía, estaba muy emocionada contando su historia y reía como si estuviese viendo en ese momento el mismo suceso pero sucediéndole a otra persona. ¿Y usted qué hizo? Porque eso no es algo que sucede muy a menudo, pregunté. “Pues al principio me dio mucha risa, pero al ver a mi papá tan bravo (enojado) tuve mucho miedo y quise salir corriendo, pero mi papá hizo que lo sacaran de la fiesta y me encerró a mí en una habitación, y no me dejó salir por un buen rato. Los invitados creían que era algún loco que se había colado y quería dañar la fiesta, pero los que lo conocían sabían que todo era verdad”.

Resulta asombroso que creamos que esta historias de amor de los cuentos puedan pasar en la vida real, amores furtivos de cartas y romances a la antigua, caballeros que aparecen ante el ogro malvado demostrando su valor y defendiendo su amor, celestinas que ayudan a que este sentimiento no decaiga, y miles de detalles fantásticos que al ver los ojos de Rosalía nos hacen creer que los cuentos de hadas pueden ser cuentos reales. Y es que, quién no desea ser un príncipe y salvar a su princesa por amor.

Luego de la gran emoción, Rosalía cuenta que por diferentes circunstancias se separaron, él tuvo una mujer, ella se caso y sus vidas, sus profesiones y sus familias los fueron distanciando poco a poco, pero que aún, después de tanto tiempo,  al encontrarse él le recuerda que ella es su único y verdadero amor, y que cuando mueran su mayor deseo es sean enterrados juntos y descansar por siempre unidos. 





jueves, 22 de agosto de 2013

Visitando el paraíso.

Por: Elemileth Aguirre Escudero.

     2:00 de la tarde del 11 de julio de 2013, ya todo está listo. Salgo de casa con un gran peso en mi espalda, al igual que mi acompañante. Llegó la hora. Después de un mes de preparación: comprar comida necesaria, seleccionar ropa cómoda, conseguir el lugar donde dormir, y prepararme psicológicamente para aislarme del mundo, estoy lista. Es hora de empezar una nueva experiencia, de ponerme en contacto con la naturaleza, de alejarme del mundo artificial. Es hora de acampar. Sí, acampar es la gran aventura que les relataré en esta crónica. Fue casual el hecho que nos asignaran en el taller hacer un relato sobre algo que nunca habíamos hecho. Yo nunca había acampado, y, precisamente, tenía más de un mes preparándome para esta travesía. Digo travesía porque dormir a la intemperie en medio del campo oscuro rodeada de animales, tener solo los alimentos necesarios para subsistir por unos días y pensar en estar completamente alejado de la vida común en la que tienes todo a la mano, eso lo considero una travesía. Pero, para fortuna mía, no todo fue tan radical como creí.
      Luego de pensar en todo lo que podría ocurrir en aquel viaje, en el posible desespero que podría producirme no tener una cama cómoda donde descansar luego de extensas caminatas y de pensar en no tener un lugar dónde asearme y tener privacidad para mis necesidades básicas, intenté enfocarme en lo que sería positivo en el viaje, en las cosas que haría de esta nueva experiencia algo grato y maravilloso. Llegamos al lugar de encuentro cerca de las 2:30 donde nos encontraríamos con otro de mis acompañantes en el viaje y partiríamos rumbo a nuestro destino final. Luego de media hora acomodando todo lo que necesitábamos, revisando: repelente, listo; comida, lista; camping, listos; cosas de aseos, listas; ¡Es hora de irnos!
     Nos dirigíamos a la vereda La Flora, aproximadamente a 1:30h de San Gil, en la vía hacia Barichara, en el camino mientras salíamos de Bucaramanga podíamos ver mucho campo abierto, casa campesinas en lugares aislados, y muchísimos abismos – lo que me causó bastante vértigo y mareo, dado que las vías de Bucaramanga tienden a ser en curvas, y tuve que dormir en gran parte del viaje- . El recorrido duró más o menos 2:30, tomando en cuenta las veces que se detuvo el señor de la buseta a dejar pasajeros y, a veces, a permitir que los pasajeros bajaran a comprar cosas para llevar. Llegamos a San Gil a las 5:30h aproximadamente. Allí nos encontraríamos con otro compañero de viaje y nos dirigiríamos a la casa en el campo cerca donde acamparíamos.      Al llegar nos quedamos en un lugar llamado “El malecón”, cerca al ingreso al Parque El Gallineral, desde donde podíamos ver el Río que pasa por el lado del pueblo. Veíamos a persona subir cargando en sus hombros unas canoas inflables grandísimas luego de haber bajado montados en ellas por el río. Aunque el caudal del río no era muy fuerte, nuestro compañero Sergio, quién ya había ido varias veces al pueblo y conocía la finca donde nos quedaríamos, afirmaba que era una excelente experiencia y que debíamos planear en otra ocasión ir con un mayor presupuesto y hacer deportes extremos. Frente a eso yo asiento con la cabeza, pero no me encuentro muy convencida puesto que temo a las actividades riesgosas, aunque nunca está de más poner a pruebas nuestros miedos.
     20 minutos después llega nuestro compañero Frank, y solo faltaría una persona para completar el grupo, nuestra amiga Maleja, quién arribará a la finca al día siguiente por compromisos laborales que le impidieron llegar el mismo día. Frank llega con una actitud muy entusiasta, él espera que esta sea una experiencia única, igual que todos; planea hacer juegos, compartir en la fogata, hasta trae malvaviscos para asar en las noches y distraernos con amenas charlas juntos mientras en medio de la oscuridad contemplamos el hermoso cielo del campo. Después del encuentro tomamos un taxi que nos lleva hasta la finca. Eran cerca de las 7:15pm cuando llegamos, y ahora es cuando empieza nuestra aventura.
     Al llegar nos encontramos con la Sra. Abigail, la dueña de la finca. Una señora de aproximadamente 45 años, casado con Don Roberto, quienes habían vivido toda su vida en la finca. Se dedicaban anteriormente al cultivo de plátano y demás productos agrícolas, pero a raíz de una enfermedad del Señor no pudieron continuar con la cosecha, por lo cual subsisten con el arriendo de los terrenos de la finca, que son utilizados para la siembra de café, y la cría de ganado vacuno. Todas las mañanas al despertar nos encontrábamos con los buenos días de esta señora amable, que nos hacía sentir como en casa, que nos preguntaba cómo amanecíamos y con la que con largas charlas aprendíamos de la vida en el campo, de lo difícil de la vida de un campesino y de lo hermoso que es el campo a pesar de las adversidades. Era hermoso despertar y encontrar un noble sonrisa, acompañada de un café caliente que hace de la frías mañana algo más ameno y agradable. Desayunábamos frutas que habíamos llevado, lo que la señora Abigail complementaba con desayunos típicos del campo: comíamos arepa de maíz recién molido, huevos criollos que las gallinas ponían al despertar, frutas recién bajadas de los árboles. Esa exquisito disfrutar de aquellos sabores y olores del campo, un olor a humildad, a trabajo duro, a tranquilidad y a amor, mucho amor.
     Mientras estuvimos en la finca tuvimos la oportunidad de caminar por los alrededores. Conocimos lugares que en muchas ocasiones imaginé que existían, pero que nunca contemplé como posible para estar en ellos. A 15 minutos de la finca encontramos el pozo “El golondrino”, un paraíso terrenal, o, por lo menos, eso fue lo que pensé a verlo. ¡La naturaleza es maravillosa!, Me repetía muchas veces y no me cansaba de decirlo, en voz alta, en silencio… Son tantas las cosas que el mundo tiene para brindarnos y hacernos felices, y los hombres no hacemos más que destruirlas.
     Llegamos al pozo y me tomé el tiempo de contemplarlo en todo su esplendor. Ver el agua cristalina, el fondo de rocas, el agua caer por una pequeña cascada como la sangre de la naturaleza, limpia, hermosa. Verme rodeada de naturaleza, animales, platas, sonidos del aire. Ver el sol acercarse al centro del pozo como aquel niño tímido que poco a poco se acerca para dar un fuerte abrazo al agua y volverla cálida. Pasar mis manos por el agua, mirar el reflejo de mi rostro en ella, y sentir… ¡La naturaleza es perfecta! Sí, fueron miles de veces que lo pensé. Pensé en que sería feliz viviendo toda mi vida allí, que valdría la pena las adversidades teniendo la oportunidad de contemplar tanta belleza natural al despertar. 
     Fuimos en dos o tres ocasiones mientras estuvimos en la finca, despertábamos a las 3:00 o 4:00am por el frío que ya no nos permitía dormir. Nos acostábamos a las 11:00pm mientras rodeábamos una fogata recordando experiencia y calentando malvaviscos para alimentar nuestros antojos. Hablábamos con la señora Abigail y su esposo, charlábamos entre nosotros, algunos tomando guarapo, una bebida recién preparada por el Sr. Roberto  y que se disfrutaba con trozos de fruta y conversaciones de todo tipo que amenizaban mañana y noches.
     Además del pozo “El golondrino”, conocimos “El pozo del burro”, un pozo más llano que s encuentra a unos metros más debajo de “El golondrino”, con agua igualmente fría, un poco más amplio, pero de acceso más difícil;  la cueva de “La antigua”, un lugar muy grande y oscuro, tanto que para llegar  a tan solo 3 o 4 metros de la entrada se hacía necesario tener una linterna propia y estar abrigados para el frío impresionante con nos esperaba, - Lo confieso, no fui capaz de pasar los 3 metros por miedo a la oscuridad y a la cantidad de murciélagos que había en la cueva-; fincas aledañas a la que nos acogió, en las que encontramos familiares y amigos de nuestro compañero Sergio, donde nos recibieron como habitantes comunes de la vereda y nos invitaban a conocer mucho más de los campos; caminamos por extensas praderas, valles secos llenos de camuros – animal que hasta ese momento era desconocido para mí -, praderas inmensas donde el único sonido que se escuchaba era los sonido de los animales y del viento rozando los árboles que pedían a gritos un poco de agua, sentíamos el viento pasar por nuestros cabello, rozar nuestros rostros e impulsar nuestro cuerpo contra el afanado intento por avanzar en el camino. Conocimos un nuevo amigo, un perro llamado Tyson – o Taison “a lo colombiano” – que nos acompañó en nuestra travesía esquivando los camuros en unos de los valles que visitamos. Y otro amigo en la caminata a la cueva de “La antigua” que con mayor agilidad se arriesgaba y pasaba en segundos los obstáculos que en muchas ocasiones temí pasar y que me tomaba mucho tiempo enfrentar.

     Luego de todas estas visitas durante los días viernes y sábado, llega el día domingo y la hora de irnos. Nos levantamos y vamos por última vez al pozo, regresamos a casa, preparamos nuestro último almuerzo con sabor a leña y nos deleitamos con una sopa hecha por la Sra. Abigail, con sabor a campo. Llegó la hora de empacar y, creo que hablo por todos al decir que, sería esplendido poder quedarnos y disfrutar muchos días más de la belleza del campo y su vida. Nos despedimos de los señores de la casa, agradeciendo cada momento, cada charla y cada detalle que compartimos con personas tan maravillosas y de las que aprendimos tanto. Prometimos volver y creo que será un hecho, porque ¿quién no desea volver a visitar el paraíso? 

jueves, 4 de julio de 2013

Re-significación del objeto

Barco en el cemento
                         


 El verdadero significado de las cosas se encuentra al decir las mismas cosas con otras palabras.
- Charles Chaplin - 
Antifaz natural

Planta de fuego

Pare de comer

Libertad