lunes, 14 de octubre de 2013

Los príncipes azules sí existen

Por: Elemileth Aguirre Escudero
Todos conocemos las clásicas historias de amor entre la dama y el vagabundo, la pobre señorita que conoce a su príncipe y gracias a una zapatilla logra conseguir su amor, la princesa que transforma en príncipe a un sapo encantado; todas aquellas historias de amor que nos hablan de príncipes y princesas, que al final del cuento viven felices para siempre y que vencen a la bruja malvada, a los ogros y a cualquier obstáculo que pretenda impedir su grandiosa historia de amor, pero ¿Son posibles realmente estas historias de amor? ¿Existen los príncipes a caballo que salvan a princesas y luchan con espadas para liberarlas de los malvados? En un mundo como el que vivimos actualmente dudo mucho que podamos responder que sí, pero al escuchar las historias de los abuelos nos sorprenderíamos de lo asombrosas que pueden llegar a ser sus aventuras de juventud y lo que en sus tiempo fueron sus fantásticas historias de amor, las cuales no distan mucho de ser “un cuento de hadas”.

Rosalía es una anciana de cerca de 83 años, morena, de cabellos blancos como la nieve y de mirada profunda, que recuerda la historia de su vida como un manuscrito escrito como plumas de acero, teniendo presente cada detalle que la enriqueció, que llenó de vida y color cada instante compartido con su familia, sus amigos, y, cómo olvidarlo, con aquellos amores inesperados y desventurados que marcaron su existencia y le enseñaron que cada persona que llega a nuestra vida es para alimentarla, para darle un nuevo sabor, para dejarle algo más que amar y para aprender a fortalecer su corazón. Sentada en el patio de una tradicional casa en un barrio popular de la antigua Cartagena, con la brisa bordeando su rostro lleno de arrugas que nos relatan los años de historias vividas con el sol resplandeciendo el cual resalta el brillo de sus ojos, y bajo la sombra de un árbol de níspero, fruta que, nos confiesa, es su mayor deleite desde que es una niña.

Esta hermosa viejita, llena de canas y con una encantadora sonrisa que nos deja ver un profundo abismo sin dientes no cuenta su hermosa historia de amor, “los príncipes sí existen – nos dice – pero no son como nos cuentan en los cuentos. Yo tuve varios príncipes en mi vida y son muy bellos”. Rosalía nos cuenta, mientras mirando a lo lejos hace un esfuerzo por acordarse del nombre, que en su adolescencia tuvo su primer novio a los 13 años a escondidas de su padre. Era un joven 6 años mayor que ella y pertenecía a una familia que tiempo antes había tenido enfrentamientos con la familia del Don José, su padre, y que por ello le era imposible aceptar algún tipo de relación con el muchacho – por eso de que las riñas entre familia son heredadas – y que mucho menos aceptaría siendo él un adulto mientras ella era tan solo una niña. Pero a pesar de las adversidades ellos mantenían esa linda relación que, como nis dice ella: “Éramos unos novios como los de esa época, solo nos agarrábamos la mano, y cuando nos veíamos era para contarnos lo que habíamos hecho en el día y hablar de cuando nos casáramos, aunque sabíamos que nuestros papás no nos dejarían. No éramos como esos muchachitos de ahora que no respetan y que ya quieren que las novias sean sus mujeres sin haberlas pedido en la casa. Nosotros nos queríamos, aunque él sabía que yo era una niña, pero me quería y me respetaba. Me llevaba chocolates y dulces y a veces iba al colegio y me esperaba afuera para acompañarme hasta la esquina antes de mi casa, porque mi papá no lo podía ver”.

Es curioso ver cómo Doña Rosalía, aunque no recuerda detalles tan superfluos como el nombre de su amado, sí recuerda cada detalle que hacía de esa relación algo importante. Me brindó un cafecito y me invitó a sentarnos en la terraza porque “ya estaba entrando mucho el sol al patio”, allí me contó cómo llegó a vivir el hecho más insólito que según ella le hace recordar a su primer príncipe.
“Mi papá se enteró que éramos novios cuando yo ya iba a cumplir los 15 años, y se puso muy bravo con mi mamá porque ella me alcahueteaba los encuentros con él – nos cuenta Doña Rosalía, mientras se ríe – claro que ella siempre estaba pendiente que no hiciera nada malo, aunque nunca lo pensamos, en esa época no pensábamos en esas cosas cuando apenas teníamos esa edad.” Ella nos relata que en muchas ocasiones su papá la encontraba leyendo cartas que le escribía su novio y la castigaba, no la dejaba salir o no le daba para la merienda, pero su hermana siempre la ayudaba para que pudiera comunicarse con él: “mi hermana era más grande y a ella  sí la dejaban salir y tener novios, pero ella era muy mala y solo hacía que muchos muchachos le dieran regalos y nunca los aceptaba como novios. Ella me ayudaba para que yo pudiera tener las cartas sin que mi papás me las quitara y me castigara más.”

Ya con la curiosidad que me inspiró el saber cuál era ese hecho trascendental, y con la confianza que ya Doña Rosalía me había brindado, me atreví a insistir hasta lograr que me contara la gran historia. Ella con una gran carcajada, con sus arrugas más marcadas y con un brillo en ojos accedió.

“Pues mijo – prosiguió – lo que pasa es que cuando yo cumplí los 15 años mi papá me hizo una fiesta muy bonita en un Club acá en Cartagena, que se llamaba San Fernando Country Club, que en ese tiempo era una de los más pupis y elegantes y todos querían una fiesta allá. Bueno, resulta que mi papá no había invitado a mi novio, porque él no lo quería y no quería que estuviera ahí, ni que fuera mi novio, pero mi novio se emborrachó y llegó a la fiesta montado en un caballo gritando que él era mi novio y que no le importaba que mi papá no lo quisiera”. Además de mi cara de sorpresa, no pude contener mi risa. Es increíble que estas cosas, como sacadas de un cuento de hadas, en realidad sucedan en la vida real – pensé. Doña Rosalía, estaba muy emocionada contando su historia y reía como si estuviese viendo en ese momento el mismo suceso pero sucediéndole a otra persona. ¿Y usted qué hizo? Porque eso no es algo que sucede muy a menudo, pregunté. “Pues al principio me dio mucha risa, pero al ver a mi papá tan bravo (enojado) tuve mucho miedo y quise salir corriendo, pero mi papá hizo que lo sacaran de la fiesta y me encerró a mí en una habitación, y no me dejó salir por un buen rato. Los invitados creían que era algún loco que se había colado y quería dañar la fiesta, pero los que lo conocían sabían que todo era verdad”.

Resulta asombroso que creamos que esta historias de amor de los cuentos puedan pasar en la vida real, amores furtivos de cartas y romances a la antigua, caballeros que aparecen ante el ogro malvado demostrando su valor y defendiendo su amor, celestinas que ayudan a que este sentimiento no decaiga, y miles de detalles fantásticos que al ver los ojos de Rosalía nos hacen creer que los cuentos de hadas pueden ser cuentos reales. Y es que, quién no desea ser un príncipe y salvar a su princesa por amor.

Luego de la gran emoción, Rosalía cuenta que por diferentes circunstancias se separaron, él tuvo una mujer, ella se caso y sus vidas, sus profesiones y sus familias los fueron distanciando poco a poco, pero que aún, después de tanto tiempo,  al encontrarse él le recuerda que ella es su único y verdadero amor, y que cuando mueran su mayor deseo es sean enterrados juntos y descansar por siempre unidos. 





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